Mi madre falleció cuando yo era pequeña, por lo que tuve que soportar la pesada carga de las responsabilidades domésticas desde una edad muy temprana. Después de casarme, mis obligaciones se volvieron tan pesadas que me tenían casi sin aliento. Harta de la dureza y la miseria de la vida, con el tiempo acabé por caer en la depresión y el desánimo, me convertí en una persona callada y reservada que se iba consumiendo cada día.
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