Cuando empecé a creer en el Señor, a los hermanos y hermanas les gustaba cantar un himno titulado “Nuestro amado llama a la puerta”, que dice así: “Nuestro amado llama a la puerta con el cabello húmedo por el rocío; levantémonos rápidamente a abrir la puerta para que nuestro amado no se dé la vuelta y se marche…”. Cada vez que empezábamos a cantar este himno nuestro corazón se conmovía y agitaba profundamente.
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